El calentamiento global by Daniel Ruiz

El calentamiento global by Daniel Ruiz

autor:Daniel Ruiz [Ruiz, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2019-07-31T16:00:00+00:00


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Ella es así, mamá, le dice, mientras enfilan el bulevar ajardinado, él conduciendo la silla de ruedas en la que va ella, poniendo algo de distancia con respecto a los grupos de familiares de otros internos. El bulevar está muy bien conservado, hay claveles y rosas y buganvillas que dan al jardín un aspecto muy colorido. Su antigua pareja le hizo mucho daño, y yo creo que aún no se ha repuesto del todo. La golpeó en varias ocasiones, incluso delante del niño, fue horrible, una pesadilla. Avanzan hasta uno de los bancos, y ahí Tana detiene la marcha y se sienta junto a su madre. Pero ahora estamos bien, le dice, nos queremos, nos respetamos. Trabajamos juntos, muchas veces comemos juntos, era normal que ocurriera. La mañana es hermosa, el cielo es de un color azul muy intenso y el canto de los pájaros parece fabricado para acompañar a sus palabras. Viajan solas otra vez, como ocurre a menudo, olvidando la causa por la que son pronunciadas, y entonces Tana parece adherirse a su recuerdo inventado. La semana pasada fuimos juntos a la playa, parece mentira, vivimos al lado del mar y nunca lo hacemos, pero el otro día nos preparamos unos bocadillos y pasamos allí el día. Nicolás tenía interés en volar una cometa que le habían regalado por su último cumpleaños y aún no había estrenado, así que esa fue la excusa. Ella iba guapísima, mamá, llevaba un vestido estampado que la hacía parecer más joven, en verdad parecía una niña. Mientras Nicolás volaba la cometa, nosotros estábamos tumbados sobre unas toallas. Ella se levantó a coger conchas, y yo la observaba tumbado. Y en ese momento, mamá, pensé que era muy feliz, y que ella y yo podíamos ser perfectamente papá y tú de jóvenes. Porque yo también te recuerdo así, mamá, en un día de playa, con un vestido parecido, y con aspecto de niña feliz, mientras yo correteaba por la orilla.

Y ahora Tana desearía que ella lo confirmara, que por un momento la enfermedad que la atenaza le diera un respiro, para permitirle salir a la superficie por un instante, para que su boca se llenara de palabras. Sí, Tanito, lo recuerdo, querría que dijera. Fuimos mucho a esa playa, éramos felices, y a ti te encantaba chapotear en la orilla, en verdad eras un desastre porque siempre acababas mojado y después, de regreso a casa, el salitre te provocaba escoceduras que te molestaban mucho y prometías que ya nunca más volverías. Comíamos los bocadillos que yo preparaba, los de melva con pimiento que a ti te gustaban tanto, aunque algunas veces, sobre todo si era a principios de mes, optábamos por algún restaurante. Y papá se bebía una botella de vino él solo acompañando la comida, y después acababa durmiéndose sobre la toalla. Entonces tú y yo caminábamos por la orilla, buscábamos las mejores conchas, te abrazaba y te besaba en la cabeza, no podía haber mejor regalo para mí que tenerte. Lo



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